martes, 15 de marzo de 2011

Ella y la felicidad

Mientras ella se lustraba sus botines, yo la miraba. Tenía puesto el polo rosado que una vez me compré. Se lo llevaría porque le quedaba mejor a ella que a mí. Ese polo me confería un aspecto amariconado. A ella le sentaba perfectamente.

Habíamos pasado dos días y tres noches en la casa de mi mamá. Fue un fin de semana tranquilo, sin sobresaltos, lleno de algo que podía ser amor o era amor.

Era las seis de la tarde del domingo. Había sido un día caluroso que no sentimos así dentro de mi cuarto: corría una brisa refrescante a través de la ventana que nos hacía disfrutar de las siestas luego de almorzar.

Otra vez, Wendy había cocinado el sábado, tal y como lo hizo la semana anterior. Aupados por el gran espíritu hacendoso que ella demostraba, mi hermanito y yo nos encargamos de asear la casa.

Compartir casi tres días con ella fue una experiencia que nunca antes había podido llevar a cabo con ninguna enamorada. A pesar, de que Wendy, quizá, no disfrute de la simpatía de mi madre, ella consintió en que pasara las noches conmigo.

Nada de ello fue planeado. Quizá sí estuvo en nuestros planes pasar juntos la noche del viernes. La molicie y el saber que ella podía tomarse un asueto del trabajo y yo no iría a la oficina nos permitieron escurrirnos a través del sábado y parte del domingo.

Compartir una variedad de momentos de toda laya con ella durante esos días fue ciertamente maravilloso. Recuerdo que, mirando un programa cómico el sábado, sentado sobre mi cama, la cabeza de ella apoyada contra mi regazo, bebiendo refresco de maracuyá helado y comiendo unos deliciosos pancakes que ella había preparado, me dijo, levantando sus preciosos ojos hasta encontrar los míos: “Dani, soy feliz”.

Sin necesidad de algún lujo o extravagancia, ciertos pequeños momentos compuestos del cariño que se puedan tener una o más personas generarán islotes de felicidad. Son islotes que aparecerán y desaparecerán en tu vida. Hay que estar preparados para recibirlos cuando, de pronto, aparezcan y mejor preparados aún para saber afrontar y sobrellevar la sequía de ellos.

Porque la vida debe consistir en atrapar o capturar aquellos discretos corpúsculos de felicidad. La vida no debe consistir en dejarse llevar por la cotidianeidad. Porque si ahora no se es feliz, no se podrá serlo jamás. Nuestras vidas son insignificantes por su brevedad. El hecho de que seas feliz sólo es importante para ti. Nadie más se preocupará de tu felicidad. Al cabo de cien años, como diría Cela, estaremos todos calvos (bien muertos). Nadie se acordará de quienes fuimos. El mundo continuará su curso indefectiblemente.

Si algún día, el nexo que se está forjando entre Wendy y yo se obstruye o se rompe, irremediablemente le guardaré a ella una infinita gratitud por aquellos islotes de felicidad que me ha venido regalando desde que la conocí.

Mientras ella terminaba de lustrarse sus botines, yo me negaba a aceptar que aquel momento feliz que estábamos viviendo estuviese a punto de perecer.

Quedaba la promesa de vernos al día siguiente: lunes. Pero cualquier cosa podría ocurrir entre ese instante y el lunes.

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