jueves, 3 de marzo de 2011

No pensé enamorarme otra vez

Lunes 28

Día de pago. Veo el Boucher que el cajero automático escupe por su rendija y me sorprendo al ver que los roñosos del BCP no perdieron tiempo en cobrarse la onerosa cantidad que comprende mi deuda. Al menos me hubieran dejado ver por unos instantes mi sueldo en su integridad.

Mi sueldo en efectivo es considerablemente menor al que figuraba en el contrato. ¿Tanto me han descontado? Esperaré impacientemente por mi boleta de pago para ver en qué rubros se ha evaporado una buena quinta parte de mis emolumentos.

Llamo a Wendy para avisarle que podremos llevar a cabo nuestra escapada. Su celular está apagado. Me recibe la odiosa contestadora. Cuelgo y vuelvo a llamar. Obtengo el mismo resultado. Habíamos quedado en que yo la llamaría y su celular está apagado. ¡Putamadre!, maldigo, y decido caminar hacia Quilca; pienso que Wendy de repente está ahí.

Veinte pasos después, suena mi celular. Es un número público, de la calle. Contesto. Es Wendy. Se me pasa toda la cólera al escucharla. Me dice que está en su casa. Yo le digo para vernos: ¿voy para allá, amor, o dónde quieres que nos veamos? Quedamos en que ella tomaba un taxi y nos encontrábamos en la primera cuadra de la Arequipa.

-No te vengas en taxi, amor. Vas a gastar. Vente tranquila en un bus-le digo a Wendy, preocupado porque gaste dinero en un taxi.
-Tengo ganas de verte ya, Dani. Voy a tomar un taxi. Espérame ahí donde me dijiste-me dice Wendy y cuelga.

Llegó lindísima. Siempre con sus Caterpillar negras elevándola cinco centímetros por sobre el nivel de suelo. Yo llevaba alrededor de una hora aguantando las ganas de ir al baño y evacuar una gran cantidad de materia fecal. En la oficina, habían bloqueado el acceso al baño unos hombres que estaban instalando un nuevo equipo de aire acondicionado.

-Weny, vamos primero a un hotel, me meto un “caquetá” y salimos a tomar. Por favor, ya no aguanto las ganas. Literalmente, me estoy cagando por ti. Demoraste mucho para venir.
-Ay Dani, no molestes. Vamos a un bar y cagas en el baño del lugar, pues. Además, no me he demorado nada, ¿ya? He llegado rápido.

Caminamos por los alrededores de mi trabajo. No teníamos idea de dónde poder tomarnos unas chelas. Se me ocurrió ir al Taska bar en Miraflores. Wendy aceptó inmediatamente. Era el único lugar al que ella podría asistir dentro del conjunto de bares o discotecas de las cercanías al parque Kennedy. “Sólo en el Taska bar ponen buena música, Dani. En los otros lugares ponen cochinadas como los perreos”.

Ajusté de modo más firme mis esfínteres y enrumbamos hacia la avenida Arequipa para tomar un bus con destino al Parque Kennedy. Antes, pasamos por una tienda en donde compré un rollo de papel. Weny me había dicho: “Dani, yo tengo papel aquí en mi morral”. Le respondí: “Weny, yo necesito todo un rollo por sesión. Soy un gran cagón”. Ella me dijo: “Qué barbaridad, Dani ¿Cómo puedes gastar tanto papel en ese culito que tienes?”. Dije: “Mi culo será pequeño, pero no has visto las dimensiones de mi asterisco”. Nos matamos de la risa. Así es con Wendy. Siempre estamos riéndonos. Armamos conversaciones picantes sabiendo de antemano que terminaremos muertos de risa.

Nos sentamos en las dos últimas sillas disponibles, al fondo, en el Taska bar. Yo me fui al baño y Weny quedose en uno de los asientos de la barra. Mientras yo evacuaba con fiera pujanza aquello que hacía dos horas quería salir, Weny pedía un par de chopps de cerveza. Me tomó cerca de veinte minutos cumplir con mis deberes fisiológicos. Salí aliviado de ese estrecho baño. Wendy tenía un vaso de chopp a medio llenar enfrente de ella. “Es mi segundo chopp, Dani. El primero ya me lo tomé. Te demoraste mucho en el baño. ¿Tanto cagas?”, me dijo. “Uff, no sabes”, le dije.

-¿Y cuánto está eso?-digo
-Siete soles-dice Wendy. Noto que algo le jode. No sé qué es. Quizá sólo es una percepción equivocada mía.
-¡¿Siete soles?!-exclamo. Reviso la carta para corroborar las palabras de Wendy-. ¿Tanto por ese vasito de mierda? Mejor hay que pedir esta oferta de seis Francas por 32 soles-digo. Llamo al encargado de la barra y le pregunto por esa oferta.
-Ya se acabaron las Francas-me dice. Es un tipo que siempre tiene una sonrisa en la cara y contadas marcas de alguna varicela despiadada.
-No, Wendy, yo no pienso hacer ricos a estos huevones. Me parece un abuso. Tú me has enseñado a ser más comedido con el dinero. Y consumir esos vasitos de siete soles me parece una cachetada a la pobreza.
-Ya, Daniel, tranquilo. Estos chopps los he pedido yo y yo los voy a pagar-dijo Wendy, bebiendo con parsimonia de su vaso de cerveza.

Insistí en que yo pagaría por los chopps que ella había consumido. Sin cejar un momento, ella rechazó mi ofrecimiento y pagó por sus dos vasos.

Salimos del Taska bar, lugar que ahora encuentro ofensivamente caro luego de haber yo pasado estas últimas semanas por momentos de áspera y aleccionadora cortedad económica.

-Wendy, vamos a otro bar-le dije.
-No, Daniel, el Taska es el único bar que me gusta por acá. En los demás ponen música pacharaquienta-decía Wendy.
-Pero es que ese lugar es caro, amor.
-Y qué esperabas, Daniel. Estamos en Miraflores. Todos los lugares son así por acá. Mejor llévame a mi casa.

Otra vez Wendy se ponía en ese plan atorrante de ser excesivamente orgullosa. Discutimos un poco. Nos serenamos luego. Le pregunté si deseaba comer algo. Rústica se ofrecía como una posibilidad económica. Wendy se negó a ir.

-Las meseras de ese Rústica son unas perras. Mira cómo se mueven y se visten. No quiero enfermarme, Daniel.
-¿Enfermarte por qué?
-Porque tú no sabes disimular cuando ves a una chica casi calata. Eso me enferma. Y allí van a estar pasando a cada rato. El día que aprendas a disimular, ese día vamos a ese Rústica.

Wendy se equivocaba. Yo solamente tengo ojos para ella (cuando estoy con ella, ojo). Pero esa era su percepción de las cosas.

Finalmente, recalamos en el Stragos Bar. Wendy había sugerido bajar a ese sótano. El ambiente era agradable. Apenas dos mesas estaban ocupadas (era lunes), aparte de un par de señores acodados en la barra. Uno de ellos sostenía un micrófono y cantaba una balada. Su canto era deplorable, penoso. Estábamos en un bar-karaoke.

Wendy ya estaba nuevamente de buen humor. Escogimos un lugar cercano al cuarto del dj que colocaba las pistas que los comensales cantarían.

Ordenamos un par de cervezas. Con las cervezas, nos alcanzaron un par de libros con todas las canciones, en español o inglés, que podíamos elegir para cantar. Wendy cogió uno de los papelitos en los que se podía consignar el nombre de la canción, el código de ella y el número de mesa que la solicita. Anotó estos datos de una canción que vio del libro y entregó el papelito al dj.

Antes de que le llegase el turno de cantar, Wendy me dijo que la canción que iban a tocar me la dedicaba.

En uno de los televisores plasma apareció el título de la canción y el nombre del cantante: No pensé enamorarme otra vez – Gilberto Santa Rosa.

Wendy comenzó a cantar y todos los presentes, incluyéndome, nos quedamos enamorados de su voz. Era una voz preciosa, cargada de sentimiento; una voz que se paseaba con soltura por los tonos más agudos que la canción exigía.

Leí la letra en la pantalla. Me conmovió en extremo. Toda ella se aplicaba perfectamente a nuestro caso. Wendy cantaba mirándome, anulando el embarazo que podía sentir de que los circunstantes la mirasen. Me tembló de emoción hasta la última célula del cuerpo: sus ojos y su voz me dedicaban esa canción.

Al terminar, el (escaso) público le dedicó una sentida salva de aplausos. Wendy había deslumbrado a todos los contertulios.

Minutos después, Wendy me dedicó “Una canción de amor” de Gianmarco. En esa ocasión, de lo muy conmovido que estaba, a punto estuve de arrojar un par de lágrimas.

Chapuceramente, momentos después, canté “Whiskey in the jar” de Metallica, recibiendo, al final de la canción, un corro de aplausos, más por el acto histriónico que protagonicé que por las bondades de mi voz (porque, ya se sabe, canto mal).

Wendy recuperó el papel en el que solicitaba la primera canción que me dedicó, la de Gilberto Santa Rosa. Efectivamente, en el papelito ella había escrito: “de Wendy para Daniel”. Me pidió que conservara ese papel. Ahora lo llevo en mi billetera de un sol adonde vaya.

Aquella noche la pasamos juntos en un hotel cercano a mi trabajo. Fue una de las noches más lindas que he pasado con Wendy desde que la conocí en octubre del año pasado.

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