martes, 15 de marzo de 2011

El niño meón y el joven cagón

Julio de 1991. Los alumnos de primaria del colegio José Martí están formados en batallones en la pista aledaña a la institución. Dentro del batallón de tercero de primaria, un niño está conteniendo enormemente las ganas de orinar. Hay un hombre de voz cavernosa e intimidante que exige a los niños una seriedad marcial. El hombre les hace tomar las posiciones de firmes, descanso y atención. Los niños acatan las órdenes sin chistar. El niño que contiene la orina le tiene miedo al hombre que dirige la formación y les hace marchar unos metros por la pista aledaña al colegio. Una hora después, el hombre de pelo rapado al ras, nariz gruesa y voz potente ha ordenado que nadie se mueva de sus sitios, so pena de ser duramente castigado. El niño, que le ha tenido siempre un temor visceral a las órdenes, decide no moverse a pesar de que la orina ya quiere abandonarlo. Unos minutos después, no le sirve al niño mover las piernas sobre su sitio para distender un poco su vejiga, sus intentos son vanos. Comienza a orinarse. Ve como una gran mancha crece en su pantalón y va extendiéndose cuesta abajo, creando un charco a sus pies. Otros niños se dan cuenta del percance del atemorizado niño. El militar, sin dejar de lado el severísimo tono de su voz, grita: ¿Qué pasó? El niño, levantando su angustiada mirada del charco de pichi y mirando, apenas, al intimidante y barrigudo hombre, dice: Me oriné. Y se va corriendo hacia el colegio; llorando en su andar. El niño no podía creerlo, se había orinado delante de todo el colegio.

Mayo del 2001. El joven viaja con su hermano y su madre en el auto de ella. Él va en el asiento posterior; su madre y su hermano en el asiento del piloto y copiloto, respectivamente. Viven en Los Olivos, pero el carro se encuentra atorado en un embotellamiento en el distrito de San Miguel. El joven trata de contener con todas sus fuerzas una poderosa diarrea que pugna por salir. Participa este hecho a su madre y a su hermano. Ellos dudan de lo que dice el joven; creen que miente o que está jugando. El joven insiste en decirles que se caga, que la churreta se le va a salir de todas maneras. Su mamá y su hermano dudan sobre creerle o no. El auto, no obstante, no avanza. El joven clama mentalmente piedad al cielo. Sabe que no podrá aguantar. Al cabo de unos minutos, el carro logra salir del atasco, pero ya es muy tarde; el joven se ha cagado. Ha sentido cómo se elevaba del asiento a medida que el pútrido amasijo se iba liberando de su culo e iba ganando espacio entre el asiento del auto y su piel. Toda la mierda estaba confinada, sin embargo, por la gruesa tela del jean que vestía. El joven no podía creerlo. Tenía diecinueve años y se había cagado en los pantalones.

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