domingo, 27 de marzo de 2011

¡Quiero tirar!

No tenía un puto sol en el bolsillo. Estaba misio. Necesitaba llamar a Pamela urgentemente. No me había respondido al correo que le había escrito. En ese mensaje le pedía que nos viésemos el sábado en la noche, en el mismo hotel de siempre en Los Olivos. Pamela, necesito hablar contigo, necesito tirar contigo, necesito que me hagas el amor como sólo tú sabes hacerlo: adorando mi cuerpo, lamiéndome, dejando que te diera por atrás. Pero esta vez tienes que ser tú la que pague el hotel, porque yo no tengo un puto sol. Me han sucedido cosas –que me gustaría contarte- que me han dejado totalmente indigente. El jueves próximo dejarán algo de dinero en mi cuenta d ahorros –nombre irónico: “de ahorros”-. O sea, el próximo sábado yo pongo el hotel y algunos tragos previos si deseas. Pero el sábado necesito verte y contarte las huevadas que me han pasado y que, ciertamente, me han enseñado mucho. Tienes que poder. Tenemos que vernos el sábado.

Llegó el sábado y Pamela no me había respondido. Seguramente, había decidido sacarme de su vida hacía un tiempo. Debía llamarla. Hablarle sería el medio más directo para convencerla de vernos si es que había optado por no verme.

En mi monedero, unos solitarios cincuenta céntimos era lo único que me quedaba de dinero. Fui al cuarto de mi mamá y revisé todos sus bolsos. El resultado fue peor: no encontré nada de dinero; apenas un gancho para pelo y un boleto de combi.

Bueno, al menos contaba con cincuenta céntimos. Fui al locutorio que cobraba cuarenta céntimos el minuto: el más cómodo en kilómetros a la redonda. Recorrí las tres cuadras de distancia hasta ese lugar.

Buenas, ¿para hablar a un Claro?, le dije a la chica que atendía en el lugar. Cabina siete, me dijo. Entré. Marqué el número de Pamela. Lo tenía anotado en un pedazo de papel periódico. Luego de unas tres timbradas, ella contestó. Sin embargo, me parecieron las tres timbradas más largas de todas las que escuché al llamar a Pamela. Me habló como si no le importara escuchar mi voz después de tanto tiempo. A regañadientes, aprobé su actitud: a nadie le gusta que lo dejen de lado y, después, cuando todo te ha salido mal, vuelvas a esa persona suplicándole que no fuiste justo en apreciar su real valor.

Como solamente contaba con un diminuto minuto para hablarle, fui al grano. Dame tu respuesta, Pamela: nos vemos hoy sí o no. Necesito verte.

Me decía que era una fecha muy especial para ella. ¿No lo recuerdas, Dani? No podía recordar nada. Ni siquiera sabía de qué me estaba hablando. Sólo quería saber: Pamela, necesito que me digas si hoy vamos a tirar, quiero tirar contigo, Pamela. Y lo grité. Grité porque el minuto se estaba convirtiendo en treinta segundos, en veinticinco. Y ella no me respondía. Es mi cumpleaños, Dani. No puedo salir. Estoy aquí con mis amigas. Lo siento.

Sentí el resultado que produce el haber endurecido los sentimientos de una persona con la indiferencia que alguna vez tú le proveíste gratuitamente. Pamela no era así. Ella estaba para mí cuando yo lo deseaba. Ahora las cosas habían cambiado. Me había superado.

Quiero tirar contigo, Pamela, ahora, grité y colgué, justo antes de que se cumpliera mi agónico minuto. Salí de la cabina. Nunca antes había gritado una procacidad en un establecimiento público. La urgencia de mezclar mi cuerpo con otro que no fuera el de la última chica de mi vida era imperiosa y, prácticamente, me obligó a ser descomedido.

¿Quieres tirar?, me dijo la chica que atendía en la cabina. Por las pocas palabras que me había dirigido antes, y por las que ahora usaba para hacerme tal pregunta, noté que provenía de alguna zona de la región amazónica.

Dejé la sorpresa que me invadió ante tal inocentemente formulada pregunta y dije: Sí.

Si vienes por mí a las once de la noche, sabrás que te puedo ayudar con tu problema.

Volví a las once. Ella me esperaba con un modesto bolso. Fuimos a un hotel cercano. Tiramos. Ella, por supuesto, corrió con los treinta soles del hotel.

Acabo de llegar a mi casa. Me senté a escribir esto. Y todavía siento que debo verte, Paola. No es sólo sexo lo que me provocas. Es más. Es el que tú escuches a este ser egoísta que quiere contarte algunas de sus últimas cuitas.

Y, por cierto, feliz cumpleaños, Pamela.

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