viernes, 22 de diciembre de 2023

Novela "El conquistador de Risso" de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 01 de 17

 


Motivación

 

No rechaces tus sueños. ¿Sin la ilusión el mundo qué sería?

Ramón de Campoamor

 

Cuando el gordo abrió la puerta, y le vi, en una de las manos, un tremendo anillo de oro y un aparatoso reloj de plata, me reafirmé en que no descansaría hasta ser el conquistador de Risso, la zona rosa limeña por antonomasia. 

Tania está ocupada. Espérala aquí, por favor, me indicó tras dejarme pasar y cerrar la puerta con doble picaporte.

Pero le avisé que llegaría a las cinco en punto, le dije, mostrándole tímidamente la hora en mi celular.

El gordo, sin interesarse en mi reclamo, acostumbrado más bien a ese tipo de declaraciones, pero con suprema buena onda, volvió a señalarme el sofá del recibidor: Espérala aquí, favor. Ya va a salir.

Le menté la madre mentalmente y me senté en el sofá, en el extremo opuesto al que ocupaba un viejo de lentes con poco pelo. Parecía profesor universitario de filosofía.

¿Tiene hora, joven?, me sorprendió el viejo. No esperaba una pregunta así. En realidad, no me esperaba ninguna pregunta de nadie. Cuando uno iba al chongo, no saludaba a nadie; uno solo cachaba y regresaba al mundo real a seguir trabajando, a continuar siendo un ejemplar padre de familia.

Las cinco y dos, le dije, con puntillosa precisión. Me gustaba brindar información confiable y exacta.

Gracias, joven, dijo el viejo. Y agregó: Mucho se está demorando mi Tania. Puso las palmas de las manos sobre sus muslos flacos, y miró hacia la pared que tenía enfrente.

O sea que el viejo también esperaba a Tania. Me tocaría cachar con ella después de que el dinosaurio le hubiese embarrado la concha con restos de su leche vencida y apestosa. Ya no podría hacerle la sopa con plena delectación. Carajo, mala suerte la mía.

¡Tania pendeja! Con tal de no perder clientes, me había asegurado que, a las cinco en punto, estaría lista para mí. Como tonto, le volví a creer. No era la primera vez que me la hacía, pero por esas tetazas que se manejaba, estaba dispuesto a dejarme engañar una y otra vez.

Con esas perspectivas, como que ya no me quedaron muchas ganas de tirar con ella. Me levanté del sofá y caminé hacia la puerta, decidido a irme derechito a casa, encerrarme en el baño y correrme la paja.

Le di un par de toques a la puerta. Necesitaba que apareciese el gordo para que descorriese los picaportes. Como no aparecía, toqué más fuerte. Apareció. Estaba sin camisa; una gruesa cadena de oro colgaba de su cuello. Al ver tan costosa pieza en el cuerpo de ese tipo, recordé el propósito que me había trazado: conquistar Risso. Pero, según el tenue plan que había esbozado hacía unos días, debía empezar por atenderme con Tania para, luego del cache respectivo, preguntarle sobre los pasos que debía uno dar para abrir un chongo caleta en esa meca del sexo.  

¿Te vas?, me dijo el gordo.

No, nada, solo quería saber si puedo usar el baño.

Sí, claro.

Gracias, le dije.

Luego de haber fingido durante algunos minutos que cagaba, regresé al sofá. El catedrático de filosofía ya no estaba. Seguramente, mientras yo me disponía a esperar por Tania, volviendo a ocupar mi lugar en ese sofá, ella se embocaba la pinga muerta del profe tratando de reanimarla, de revivirla.

Al poco rato, tocaron la puerta. El gordo abrió. Escuché que el recién llegado preguntaba por Tania.

Espérala aquí. Ya te va a atender, le dijo el gordo.

Pero ella me dijo a las cinco y media en punto, choche.

Espérala aquí. Tania ya va a salir, cerró el asunto el gordo.

El huevón que venía por Tania también vestía, como yo, una camisa y un jean. Otro oficinista arrecho, pensé.

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