viernes, 22 de diciembre de 2023

Novela "El conquistador de Risso" de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 06 de 17

 


Un recuerdo

 

Los recuerdos no pueblan nuestra soledad, como suele decirse;

antes, al contrario, la hacen más profunda.

Gustave Flaubert

 

Luis conoció al dueño de Palma & Co. S.A., Omar Palma, en su primer día de trabajo. Subía los escalones del porche del edificio de la empresa, cuando halló una tarjeta de crédito en el suelo. El nombre consignado en ella era “Omar Palma”. Luis, muy bien enterado de la persona a quien correspondía ese nombre -pues para la entrevista que había sostenido hacía una semana para el puesto de ingeniero informático, había averiguado todo lo que se podía sobre Palma & Co. S.A., y su fundador- tomó la tarjeta de crédito y concluyó el recorrido de los escalones pendientes. Su objetivo estaba claro: entregársela al mismísimo dueño de la compañía. Dios ha puesto esta oportunidad en mi camino para que el señor Palma vea en mí la honradez y decencia que son fomentadas por su empresa. No la desaprovecharé.

En la recepción, Luis se identificó. Recibió un pase y tomó el ascensor al piso cinco del edificio.

Lo saludó Checha, la secretaria. Checha era muy bella. Busca al señor Castillo, ¿cierto? El señor Castillo, el tipo que dirigió la entrevista técnica por Zoom y que le extendió una cordial bienvenida luego de aprobarlo, sería su jefe directo. Al señor Castillo, lo ubicas en la sección de oficinas principales. Mira, te muestro. Checha se levantó del asiento y ¡wow, tremendo culo!; muy corta la falda. Empezamos bien el día, pensó Luis. Supo que Checha jamás sería suya; mujeres como esas volaban alto.

Mira, esa es su oficina. Ahí está. Solo que parece algo ocupado. Puedes esperar por él en estos asientos.

Detrás de una pared de vidrio, Isaac Castillo buscaba algo en unos papeles sin dejar de hablarle a su celular. Parecía desesperado. Esto no pinta bien, pensó Luis.

Giró el cuello hacia la izquierda y, voilà, allí estaba la oficina de Omar Palma y el mismo Omar Palma Bejarano en ella, hablando por teléfono, pero totalmente despreocupado, en una onda completamente diferente de la de su futuro jefe Castillo. Seguro aún no se ha dado cuenta de que ha perdido su tarjeta de crédito, pensó Luis. Me acercaré a él y se la devolveré, de paso que me presento. Ya luego regreso con Castillo. 

Luis se acercó hasta la puerta de vidrio, toda transparente ella. Palma lo notó. Le hizo un gesto con la cabeza: Pase. Cuando Luis entró, Palma alejó el celular de la oreja y le preguntó en voz baja: ¿Qué deseas?

Buenos días, señor Palma, dijo Luis. Soy Luis Fuentes, y hoy es mi primer día en esta su gran empresa.

A Palma no se le movió ningún músculo. Realmente, no le importaba la adición de un nuevo integrante al equipo de su empresa. Luis se dio cuenta de esto. Disimuló su sorpresa y desilusión para, de todos modos, cumplir con la devolución de la tarjeta. Quizá esto hiciera que Palma lo mirase con otros ojos, le dedicase toda su atención.

Señor Palma, esta es su tarjeta de crédito. La encontré…

Palma tomó la tarjeta, cerró la puerta -ante la cara de estupefacción de Luis- y continuó hablando por teléfono, con el mismo rostro distendido y holgado.

Luis Fuentes comprendió que Omar Palma era un hijo de puta.

Algunos días después, un gringo visitó la oficina. Luis solía ser el primero en llegar al trabajo; el segundo, Omar Palma. Y, a pesar de que, para llegar a su oficina, debía pasar necesariamente al lado del cubículo de Luis, Palma jamás le dijo buenos días, ni buenas tardes, ni buenas noches. Era una completa mierda. 

El gringo tenía el cabello escaso. Era alto y panzón. Checha aún no llegaba, así que se adentró en la oficina como buscando algo. Lo vio a Luis y, luego de hacerle hola con la mano, le preguntó por Omar. 

Omar has not arrived yet (Aún no llega Omar), dijo Luis. El gringo, satisfecho porque le hablaban en su propio idioma, le agarró cariño a su interlocutor peruano.

Could I sit here while I wait for him? (¿Puedo sentarme aquí mientras lo espero?), dijo el gringo, tomando la silla del cubículo contiguo al de Luis. El gringo, que dijo llamarse Fred Douglas, conversó con Luis sobre diversas trivialidades cuando, a los pocos minutos, apareció Omar. Ni bien éste se percató de la presencia del gringo, iluminó su rostro. Lo saludó efusivamente. Lo abrazó. El gringo, presumiblemente por su gordura, no pudo levantarse a tiempo del asiento y tuvo que ser abrazado in situ. How have you been, Fred? Let’s have a cup of coffee. Please, leave your stuff in my office. I have a lot to tell you. (¿Cómo has estado, Fred? Tomémonos un café. Por favor, deja tus cosas en mi oficina. Tengo mucho que contarte)

Luis no recibió saludo alguno. La cosa estaba más que clara: Omar era un arribista hijo de puta. 


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