viernes, 22 de diciembre de 2023

Novela "El conquistador de Risso" de Daniel Gutiérrez Híjar - Capítulo 10 de 17

 


La mercancía se prueba, no se consume

 

Recuerda que lo más importante para cualquier empresa es que

los resultados no están en el interior de sus paredes:

el resultado de un buen negocio es un cliente satisfecho.

Peter Drucker

 

Se llamaba Linda y la tenía enfrente de mí, desnuda, espectacular. Tenía las tetas grandes, colgadas, pero grandes, gruesas, unos pezones enormes. Las aureolas eran marrones y extensas. La misma Linda nos había dicho, horas antes, que era mamá de un niño de cuatro meses. En algún momento de la entrevista, cinco o seis chorros de leche prorrumpieron de sus ricos pezones.

Si vas a venir entre cinco y ocho, no creo que puedas ayudarnos mucho. Con esos horarios, no vas a poder cumplirme a fin de mes con la cuota de chamba mínima. Pero si estás aquí desde las dos, entonces sí que hablaríamos de cantidades importantes de dinero para ti y para nosotros. Piénsalo bien. Ahora mismo tengo unas cuantas chicas que están haciendo cola por tomar tu lugar.

Sánchez hablaba sin atropellarse, pausadamente, como si estuviera brindando una charla de filosofía. Tenía las cuentas claras. Sabía cuánto podía rendirle una mujer de ciertas características.

Linda no dio por cerrado su caso; dijo que en solo tres horas podía hacer muchísimos clientes. Pruébame para que veas cómo te saco la leche en cinco minutos. Y con trato de pareja encima, ah; sin apuros.

Procurando que Linda no lo oyera, Sánchez me preguntó: ¿Qué harías tú? ¿Rinde o no?

Volví a mirar el cuerpo de Linda: estaba riquísima. Era mi tipo de mujer, aunque eso no bastaba para saber si sería una buena puta, una puta que rindiera frutos a sus empleadores.  

Pruébala, ¿no?, le dije a Sánchez.

Esa es la respuesta correcta. Estás aprendiendo, Sánchez me palmeó la espalda. Cuando se ve esta clase de ímpetu en la persona evaluada, solo queda someterla a la prueba carnal para saber si está hablando en serio o nos está paseando.

Sánchez se levantó. Se acomodó el pantalón, que siempre se le chorreaba, y le dijo a Linda que estaba a un polvo de ser contratada. Vamos a la prueba, añadió. Acompáñame por aquí. Sánchez convirtió en cama el sofá que estaba detrás de Linda. Se desvistió.   

Por favor, sorpréndeme.

Linda entendió perfectamente. Yo ya la tenía parada. Sánchez se tendió en la cama y la boca de Linda se apoderó del cuello de Sánchez. ¿Quieres que te bese en la boca? Sánchez negó con la cabeza. A la mayoría de clientes no les gusta los besos en la boca. Linda volvió a lamer el cuello de Sánchez, se movió por detrás de sus orejas grandes, regresó al cuello y se repartió entre los dos pezones del gordo. La cara de este no parecía revelar gran cosa.

La mujer lo trataba como siempre me gustó a mí; era el trato que siempre buscaba en una puta. Me pronuncié: Sánchez.

¿Qué cosa?, dijo el gordo, sin mirarme, vigilando los movimientos de Linda.

Yo quiero probarla. Empecé a frotarme abajo.

¿Qué? ¿Tú?

Claro, yo. ¿Acaso no la vamos a contratar con el dinero que he inyectado?, me justifiqué.

Pero tú todavía no sabes cómo probar la merca, explicó Sánchez, los brazos haciendo de almohada de su cabezota. No sabes dónde presionar, qué puntos tocar, para saber si la inversión te dará el retorno esperado. Tienes que aprender esas cosas mirándome, argumentó el gordo, sin tocar ni presionar nada. Todo lo hacía Linda. Gordo pendejo.

Tras un par de minutos de una chupada gloriosa, Sánchez no se contuvo y se vino en la boca de Linda. Ni siquiera llegó a penetrarla.

Putamadre, exhaló el gordo, luego de bajar de la cumbre de su éxtasis. Jamás me había venido tan rápido. Tienes técnica, mujer. Estás contratada.

Mira tu reloj, dijo Linda, limpiándose la boca con un pedazo de papel higiénico. No fueron ni cinco minutos.

Entonces, mañana te veo a las cinco en este mismo departamento, dijo Sánchez mientras se ponía la camisa.

Qué rica hembra, por la putamadre. Sin que me diera cuenta me sacó litros de leche. Tiene una licuadora en la boca. Así debe ser una puta: truquera, me dijo Sánchez minutos después.

¿Y no te provocaría salir con ella otro día, tirártela fuera de la chamba?, le consulté.

Compadrito, me respondió, sacudiéndose la pichula antes de ir al baño para lavársela, la mercancía se prueba, no se consume. Primera regla de oro, huevón. Si la quiebras, te vas a la mierda. Acuérdate de eso siempre.


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