martes, 27 de marzo de 2012

A 3,600 metros

Oficina de Construcción. Los trabajos de construcción de las facilidades de una mina de oro a tajo abierto están llegando a su fin. La gente de Operaciones Mina aguarda los permisos de autorización de funcionamiento necesarios que expida el organismo gubernamental para ponerse a trabajar.

La oficina de Construcción está separada de la oficina de Operaciones por doscientos metros de tierra apisonada, en los cuales se ha instalado el comedor y el área de recreación del personal. La cantidad de personal que labora en la etapa de Construcción ha menguado considerablemente. Al final, cuando las operaciones de minado comiencen, solamente trabajará un número muy reducido de gente de manera directa.

La gente de Construcción, sobre todo aquellos que no están envarados, están buscando un posible lugar de trabajo que les siga proveyendo el diario sustento. La mayoría de empresas especializadas que realizaba los trabajos de construcción de las diferentes facilidades de la mina ha ido retornando a casa o emigrado a otros proyectos.

Cierto día en particular, uno encuentra una ausencia total de jefes. A cargo, ha quedado un joven ingeniero de treintipocos años. Es jefe de seguridad. Pero, por algunos pocos días, es la máxima autoridad en la mina. Aparte de él, se encuentra en las instalaciones el jefe de planta. Dentro de un par de días, el jefe de seguridad bajará a Lima, pues ya ha estado en la mina cerca de 28 días, 8 días más de los 20 establecidos para trabajar. Ya le toca su descanso. Sin embargo, este descanso será el último que tenga como trabajador de esa mina. Gracias a sus influyentes contactos, trabajará para una mina de oro de la misma empresa, ejercerá el mismo cargo, pero su salario será mucho más jugoso. Este joven ingeniero tiene motivos de sobra para estar feliz.

Por eso, ha decidido culminar un proyecto que ya venía estudiando desde hacía mucho tiempo: darle vuelta a la ingeniera de proyectos de la empresa especializada que se ha encargado de la construcción de algunas estructuras en la mina.
Ya ha entablado con ella cierto tipo de amistad. El paso decisivo, sin embargo, lo dará hoy, el último día de su estancia en esa mina y el último día en que trabajará para esa mina. Después del almuerzo, en un punto desolado del campamento, le ha dicho que vaya a verlo en la Oficina de Construcción en la noche. Ella ha aceptado, pero con una condición no negociable de por medio: irá con su amiga. La ingeniera ha olido las intenciones del joven ingeniero jefe de seguridad y por ello ha interpuesto esa condición. El ingeniero, que no veía venir esa jugada, ha aceptado la condición; no le quedaba más remedio. Ya vería como salvar ese escollo. Él sabía a qué amiga se refería su pretendida: una chica baja y fea como ninguna otra.
Han pasado unos minutos desde las ocho en punto. No ha llovido. Ya van cuatro días consecutivos que no llueve, lo cual es ciertamente beneficioso para esta etapa del proyecto, pues permite que los trabajadores, que aún laboran en acabar la construcción de la Presa de Agua, continúen con su faena sin problemas. El joven ingeniero fuma un cigarro afuera de la oficina. El suelo de los alrededores está tapizado por pequeños cantos rodados. Desde su ubicación, el joven puede ver el cerrito que, en cuestión de dos años, desaparecerá para convertirse en oro y desmonte. Al lado izquierdo de ese cerrito, divisa la planta de procesos, minúscula y callada, en donde unas diminutas luces indican que todavía hay gente por ahí. Cuando la colilla de su cigarrillo traza una parábola para estrellarse en el suelo, oye el crujir de las piedras detrás de él.

-Tu encargo-le dice su compañero de trabajo.

El rostro del ingeniero se ilumina, coge su encargo con presteza y lo guarda dentro de su casaca. Le da las gracias a su amigo. Juntos, ingresan a la oficina. La Oficina de Construcción está dividida en tres compartimientos: uno grande en forma de ele, en donde trabajan unos cuantos empleados de una empresa contratista ingresando datos a diario. Toda su vida se reduce a ingresar datos y más datos. El segundo compartimiento vendría a ser la porción de área que le faltaría a la ele para formar un rectángulo. Ese segundo compartimiento está dividido en dos: la oficina del Jefe de Construcción del Proyecto y la oficina de los tres empleados de la mina encargados de controlar los gastos del proyecto. Toda su vida se reduce a controlar costos y más costos, peleándose con los jefes de las empresas especializadas cuando éstas no quieren ejecutar un trabajo contractual o cuando quieren hacer lo que les da la gana.

El amigo del joven ingeniero es uno de estos ingenieros controladores de costos. El joven ingeniero, parado bajo el umbral de la puerta de la oficina del Jefe de Construcción –que ahora es su oficina, pues está a cargo de todo-, le dice a su amigo, quien ya tomó asiento frente a su laptop, “esta es mi noche”.
Tras cerrar la puerta con seguro, ha colocado “su encargo” sobre la mesa. Le ha quitado la bolsa que lo cubría y lo ha colocado en un amplio cajón del escritorio. Un par de golpes remecen la puerta. Una voz suave ha dicho su nombre. Es ella. No me ha fallado, piensa el ingeniero. Hace pasar a la chica que pretende: es alta, guapa, de amplias caderas y tetas medianas y redonditas. Viste una chompa con cuello alto, ceñida, y unos jeans que se acoplan muy bien a su exquisita figura. Cuando está cerrando la puerta, cae en la cuenta de que algo lo impide: una mano. Ah, verdad, la amiga fea de la chica guapa.

El amigo controlador de costos piensa: “Toda chica rica siempre sale con su mostrita”. Él, en apariencia, permanece indiferente a lo que pase en la oficina de al lado, pero, en realidad, está muy atento a todo. Todo se oye en esa oficina pues las paredes y divisiones no son de concreto sino de un material llamado drywall.
La chica fea es invitada a pasar. ¿Quién se podría comer a esa mujer?, piensa. La puerta se cierra con seguro. Las chicas toman asiento. Se pone música en la laptop. Se inicia una conversación que es oída, casi en su totalidad, por el controlador de costos. En la otra sección de la Oficina de Construcción, la que tiene forma de ele, no hay nadie. Todo lo que pase esa noche permanecerá en el fuero interno de los cuatro presentes en ese lugar.

Todas las preguntas y comentarios van dirigidos a la guapa joven, pero la feíta no se da cuenta de ello, o prefiere no darse cuenta. El ingeniero ha sacado del cajón del escritorio “su encargo” y lo ha puesto sobre la superficie crema. De otro cajón, sacó dos vasos. Mira a la chica fea que esperaba que uno de los vasos fuese para ella. “Lo siento, le dice el ingeniero, me habían dicho que tú no tomabas”. Mientras decía eso, pensaba: “ni cagando voy a desperdiciar este whisky en ti. Encima que queda poquito”. Se trataba de un Johnnie Walker Black Label que el ingeniero controlador de costos había comprado en Lima, antes de subir a la mina, por la suma de 150 soles, con el único y solidario fin de compartirla con los amigos más cercanos del trabajo durante las frías noches de ese lugar, en el habitación de alguno de ellos en el campamento. Debido a que ya había celebrado algunas pequeñas reuniones bebiendo ese whisky con un par de amigos, incluído con el joven ingeniero de seguridad, apenas quedaba poco menos que un cuarto del contenido de la botella.
La chica fea, a pesar de que se ha sentido herida por tamaña desconsideración hacia ella, todavía sonríe, o incluso ríe, cuando los comentarios del ingeniero joven son capaces de sonrojar a las mujeres más mojigatas. La chica fea no es una santa. Según los amigos del ingeniero, es tremenda “cachera”, es decir, una mujer que se entrega sin muchos remilgos a los brazos del chico de su preferencia. Que sea aceptada o no, es otro asunto. El caso es que el joven jefe de seguridad de la mina quiere saber si algo de esos ímpetus amatorios le han sido contagiados a la guapa joven.
Hablaron de música, de discotecas. “¿Cuándo salimos juntos?”, obvio, la pregunta no iba dirigida a la fea. “A mí me gusta escuchar esta canción –una de Collective Soul, que sonaba en esos momentos y que, él afirmaba categóricamente, era la mejor canción del mundo- con un tronchito de marihuana. Pucha, es lo máximo”.
En cierto momento de la charla, se tocó la cuestión de saber cuál era el precio de una botella Johnnie Walker Blue Label. El ingeniero insistía en que, en Wong de Lima, la botella costaba 800 soles. La joven guapa afirmaba, con una seguridad que parecía irrebatible, que la botella costaba 600 soles. Nadie extrañaba la opinión de la chica fea. Su presencia estaba siendo relegada a un último plano y ella no parecía darse cuenta o no quería darse cuenta.

-¿Qué te apuesto a que cuesta 800 soles?-preguntaba el joven ingeniero. Desde que el caluroso trago le empezó a afectar, tenía la pichula parada, lista para liberarse de la sujeción de ese pantalón.

-No sé-decía la joven guapa-. Yo estoy segura que cuesta 600.

-Dime, pues, ¿qué quieres perder?-luego, reformulando su pregunta, tentando la ambigüedad del momento-. ¿Qué más quieres perder?-un brillo en los ojos del joven fueron dirigidos a las pupilas de la joven. El lazo y la complicidad se estaban erigiendo. Pero había algo que evitaba que todo fluyese más allá de la mera conversación.

Media hora después, el whisky se había consumido totalmente.

-Uy, qué pena-dijo el jefe de seguridad-ya se acabó.

Las chicas se miraron y la fea dijo: No te preocupes. Nosotras también tenemos nuestra “gasolina”. Creyó parecer graciosa al referirse al whisky como gasolina, pero fracasó porque nadie se rió.

Las damas salieron de la oficina; la guapa, haciendo esfuerzos por caminar normalmente para no ser inquirida por el soñoliento agente de seguridad que, arropado con cinco casacas, tiritaba de frío en las afueras de la Oficina.
Al cabo de diez minutos, las chicas regresaron con un Chivas Regal encaletado en la casaca de la fea. La botella no estaba llena; apenas, al igual que la otra, quedaba menos de un cuarto de su contenido. La chata fea se aseguró de llevar un vaso que, a pesar de ser de plástico –lástima, porque no podría degustar apropiadamente la bebida-, era un vaso al fin y al cabo.
Con una boca más a la que dar de beber, el Chivas fue extinguiéndose rápidamente. “Cómo chupa la enana. Ella solita se sirve”. En la última ronda de bebidas, el ingeniero decidió que ya era hora de despachar a la molestia andante y chupadora. Trataría de hacerlo de la manera más sutil posible.

-Bueno, chicas, ha sido una experiencia gratísima haber conversado con ustedes. La he pasado muy, muy bien.

Cuando vio que la chata alzaba el culo, despegándolo de la silla blanca de plástico, reconoció que era el momento preciso, por lo que le dijo, dirigiéndose exclusivamente a ella, con una mirada dura, fría, provista con una pizquita de amabilidad: -Discúlpanos, pero ¿podrías dejarnos un ratito? Quiero hablar algo privado con ella.- La chata no tuvo más remedio que abandonar el lugar, con el rabo entre las piernas y una risita ridícula que pretendía encubrir su fastidio.
El ingeniero controlador de costos, quien había oído la cruel y brusca invitación a desalojar, pensó, riéndose: “Este huevón es una mierda”.

A solas con esa guapa y escultural mujer, la puerta asegurada, armado con la soltura y desparpajo que las dos bebidas ya consumidas le habían provisto, se embarcó en la consecución final de su objetivo.

Le confesó que le gustaba mucho, le rogó un besito. “¿Acaso no te gusto?”, preguntó, orgulloso, el ingeniero. “Sí, pero…”, balbuceaba la joven. “Entonces, pues”, arremetía el jefe de seguridad, que ya tenía el calzoncillo empapado de emisiones seminales, “dame un besito”. El besito se alargó a un beso, y este beso se multiplicó en lamidas de cuello, chapes con lengua y sobrecogedoras caricias. Antes de continuar, puso la laptop en el piso, el reproductor de música todavía funcionando, y subió a su dama sobre la crema superficie del escritorio, que combinaba muy bien con lo bermejo de su calzón. De su bolsillo extrajo un condón Piel –otra fina cortesía de su amigo controlador-y, con la velocidad que confiere la práctica, amortajó a su enhiesto miembro.

El ingeniero controlador de costos no podía evitar oir los jadeos ahogados de la joven pareja, por lo que en su laptop puso una seguidilla de salsitas. Tenía que terminar su trabajo y no quería trocar eso por una corrida de paja más, como hacía todas las noches antes de dormir.

Así se vive a 3,600 metros de altura, cuando todo lo que ves a tu alrededor es tierra, piedra, documentos y hombres esclavizados al trabajo, y cuando la interacción con una mujer guapa significa el vehículo que te puede permitir disfrutar, a la distancia, de las trastocadas libertades que se gozan en la ciudad. Libertades trastocadas que se traducen en goce y desenfreno, olvidándose, por breves momentos, de los números, de la señalización que había que comprar para la planta, de los reportes a la gerencia del proyecto, de la esposa que lo espera en casa y de la hija que ve en él un modelo a seguir.

viernes, 9 de marzo de 2012

D es papá

Antecedentes

Los problemas entre D y W se solucionaron; no del todo, pues todo problema en el amor nunca termina por resolverse mientras perviva ese amor, pero, al menos, aquel gran impasse, pudo ser sorteado gracias a una sensata conversación, la cual no estuvo exenta de lágrimas, besos, llanto y más llanto.

El día

La ginecóloga de W le dijo que, el día 8 de marzo, tenía que acercarse a la clínica e internarse de emergencia para que se le practicara una cesárea. Debía estar allí a las 10 de la mañana. Ese día desaparecería esa barriguita que tantos trajines, calores y vértigos le venía dando. Ese día podría verle la cara a la causante de esa gran barriguita.
D ha ido temprano a la oficina en donde trabaja. Ha hablado con su jefe y le ha contado sobre la situación de su esposa W. Ha obtenido el permiso para ausentarse y acompañar a W durante su riesgosa operación.
De regreso en el departamento del Centro de Lima, D toma un baño y se pone una ropa más ligera. W se aseguraba de que su maleta estuviese completa. A las 9 ambos tomaron una combi que los dejaría en la clínica. D siempre quería ahorrar unos centavos, a tal grado viajaba con su esposa, en el mismo día del parto, en una combi hacia la clínica.
A las 10, W ya estaba echada sobre la cama del cuarto 501 de una conocida clínica en la avenida La Marina. Algunas enfermeras se encargan de colocarle suero. Luego, cada tanto, entraba al cuarto el cardiólogo, la anestesióloga, la obstetra, la ginecóloga, etc. Tomaban los datos que les serían necesarios para efectuar una operación exitosa.
Poco tiempo antes de que se ejecutara la cesárea, ocurrió un problema: la gente de administración hospitalaria de la clínica no tenía muy claro si el seguro de D y W cubriría el costo de la cesárea. A D, en su trabajo, le habían explicado que, en caso de tratarse de un alumbramiento natural, ésta sería costeada en su integridad por la aseguradora. Si se tratase de una cesárea, la aseguradora cubriría lo que costase un parto natural, pagando D, en efectivo, la diferencia.
Sin embargo, aquello que le habían explicado no sucedería. Al parecer, según la gente de la clínica, el costo de la cesárea debería ser asumido en su integridad por D. D, para variar, no tenía un centavo en el bolsillo: su sueldo de febrero ya había sido distribuido y consumido.
D coordinó el asunto con Recursos Humanos de la empresa para la que trabajaba. Le dijeron que no se preocupase, el seguro asumiría los costos que ya le habían explicado con anterioridad.
W fue internada y operada. D presenció la operación, vio a su hija salir de las entrañas de su madre. En la sala de operación había cerca de diez personas. D se sorprendió del número de personas que intervendrían en la cirugía. De repente, aquí van a dar a luz dos mujeres. Buscó infructuosamente a la segunda parturienta, pero no vio a nadie más que a ese gentío de médicos y su esposa en la camilla. Efectivamente, todas esas personas se encargarían de asistir a su pequeña hijita y a W para que las cosas marcharan bien.
D tomaba fotos. Solo le estaba permitido tomar fotos. De ningún modo podría registrar en video los acontecimientos. Tenía a su lado a un enfermero y a una enfermera que vigilaban atentamente que D no grabase nada.
Un instante que cambió la vida de D fue aquel en que vio la pequeña y peluda cabecita de su hija aparecer en medio del vientre de su esposa. Varias manos enguantadas, agarrando esa pequeña cabecita, pugnaban por extraer a la bebita. W tenía a una anestesióloga y a una obstetra encima de ella, ambas ejerciendo presión sobre su vientre para liberar a la bebé.
Sería las cuatro y media de la tarde cuando la hija de D estuvo completamente afuera del vientre de su mamá. Ahora sí, D era papá. Las cosas no volverían a ser como antes; serían mejores.
Morgana Daniela pesó 3000 gramos y midió 48.5 cm. D ahora solamente tenía ojos para ese pequeño pedacito de gente.
Al día siguiente, D y W se dieron cuenta del poder mágico que tiene su pequeña hija: el seguro cubriría todo la operación. D y W no gastaría un sol.
Según sus detractores, Morgana Daniela es más parecida a su papá que a su mamá. Sin embargo, aquellos que la defienden dicen que, efectivamente, es parecida a su padre pero en extremo mejorada. D no se cansa de quitarle los ojos de encima. No pensó jamás que la llegada de Morgana Daniela pudiera ejercer tal poder sobre él.
Como dice la letra de una canción de Hastakinomás: “tan solo bastó un día para llegarte a amar”.

lunes, 5 de marzo de 2012

Un matrimonio se acaba - Parte Tres

Pero no entró el papá de su esposa; solamente ella y su mamá. El papá, al parecer, aún estaba abajo, en el primer piso. Recordemos que el departamento del escritor está alojado en el cuarto nivel del edificio.
El plato de comida todavía humea, está caliente. La esposa del escritor, también. Su madre luce molesta, apenas si saluda al escritor.
Tu mamá me ha dicho que no le importa mi hija, que lo que no se conoce no se quiere, dice la esposa. Lleva puesto un vestido negro y unas botas del mismo color. Además de molesta, está desesperada, como si hubiera perdido un brazo. Se dirige rápidamente hacia el closet y comienza a sacar una maleta rectangular azul. Del mismo apresurado modo, saca toda su ropa negra y la coloca, sin la prolijidad acostumbrada en ella, en el interior de la maleta. Yo la llamé a tu mamá diciéndole señora que su hijo no me busque más, ya no lo soporto, me he ido del departamento, grita su esposa. Su madre está a un lado del coffee table, los brazos cruzados, un manojo de llaves en la mano izquierda, que deben de ser de su casa.
El escritor trata de calmar a su esposa, pero sin despegar el culo del asiento que ha tomado a la mesa. Le dice, cálmate, amor, tranquila, ¿qué haces? No tienes por qué irte. Me voy, me voy, porque ya no aguanto a tu mamá. Siempre se mete en la relación. Dile que esta separación es por su culpa. Agradécelo a tu mamita, pues.
La esposa coge una bolsa negra grande y mete en ella la ropa que le ha comprado a su bebé. Ve, encima de la cómoda de la cuna de la bebé, la ropita que la mamá del escritor le ha regalado. La ropita reposa, prolijamente doblada, en una cajita plástica transparente muy simpática, decorada con finos trazos que representan flores y animalitos silvestres. La esposa del escritor la coge y la lanza con fuerza contra el piso. No quiero nada de tu mamá, dijo. El escritor siente una punzada en el pecho cuando ve que la cajita se estrella contra el piso y sufre una rasgadura en uno de sus lados.
Así me habló tu vieja, dice la esposa del escritor. Me dijo que nunca quiso que me casara contigo, que ya era hora de que nos separáramos. Me alegro, hijita, me dijo. Mira a su madre y ella asiente. Había sido testigo de todo lo que había dicho la madre del escritor. La esposa había activado el modo altavoz.
La mamá de la esposa mete baza. Yo he escuchado todito lo que le dijo tu mamá. Lo dijo con cierta malicia. A tu mamá la tenía acá –lo piensa un poco y en vez de elevar la mano por encima de su cabeza como suele hacerse, la eleva hasta cierto nivel debajo de su mentón, la señora debe de medir un metro sesenta, o sea, para empezar, no tenía en mucha consideración a la madre del escritor, se conocieron y vieron por última vez en la boda de él-y ahora la tengo por acá –baja su mano hasta el nivel de sus rodillas-. Qué mal, dice.
Al escritor le jode que su suegra y su esposa estén expresándose así de su mamá. El escritor piensa que el único pecado de su madre fue y es querer en exceso a sus hijos.
Tu mamá nunca me vio bien. Siempre quiso para ti una chica popis como tú, que sea alguien en la vida. Como yo no soy nada, me dice esas cosas.
Al escritor le jode que su esposa se exprese así. Él se interesó en ella, sin importarle sin había estudiado en tal o cual lugar. No le importó nada de eso. Quedó cautivado por su nobleza y la alegría que mostraba para hacer las cosas. Además, es una mujer muy guapa. Nadie tiene la culpa de la suerte que le ha tocado vivir. Su esposa creció en un medio carente de recursos económicos, motivo por el cual ella misma tuvo que trabajar, por un salario mínimo, para costear sus estudios de secretariado en un instituto capitalino. Es decir, ella se había esforzado por perseguir sus sueños. También, fue dueña de una tienda de ropa que, debido a cierta desavenencia ocurrida entre ella y su socia, quebró. No obstante, siempre ha sabido conducirse sola, sin caer en exabruptos ni turbiedades.
Tú te has casado conmigo, amor, dice el escritor y emplea su voz más conciliadora. Sí, pero tu mamá parece no entender eso, replica su mujer.
Pero mi mamá no se está metiendo. Simplemente, necesita un préstamo y yo voy a sacarlo, nada más.
Tú sabes que eso no me jode. A mí me molesta que para ella sí saques esa plata y para las células madre de mi hija no.
Oye, pero con qué plata quieres que haga eso. Ya estoy pagando suficientes préstamos. Encima, ya te dije que para mediados del próximo año nos mudaremos a un departamento más grande. ¿cómo quieres que haga todo eso si voy a sacar un préstamo para eso de las células madre? ¿Quién tiene células madre guardadas en una clínica en este país? Ya pues, amor, entiende.
Ya no quiero saber más de ti ni de tu mamá. Eso que me ha dicho de que no le importa mi hija no se lo voy a perdonar jamás. Sé que tú no tienes la culpa de nada, pero ya no quiero volver a verte.
Los lamentos seguían. Un cuarto de hora después entró en la habitación el papá de la esposa del escritor. Tomó asiento en el sillón verde limón y, con cara de pocos amigos, dijo: Explíquenme lo que está pasando aquí, rápido.
Al escritor le desagradó esa actitud casi matonesca. ¿No había siquiera un saludo al momento de ingresar? El escritor dice, en un tono muy bajo, buenas noches, señor, a sabiendas de que no recibiría respuesta. Y no la recibió.
Quiero que alguien me explique qué ha pasado aquí, dijo el papá de la esposa. Su mirada era dura y sus movimientos rápidos y desprovistos de afectación. Tenía un cigarrillo en la mano. No estaba encendido. Ya, tú, dime qué pasó, dijo, dirigiéndose a su hija. El escritor tomó la palabra y relató su versión de los hechos.
Cuando tocaron el punto concerniente a lo que la madre del escritor le había dicho a la esposa de éste por teléfono, madre e hija confirmaron que las palabras que escucharon fueron sarcásticas e hirientes. La esposa recordaba esas palabras y las lágrimas le salían con furia por los ojos. Cerraba sus puños y temblaban. Su mamá la tranquilizaba. El escritor no atinaba a pararse y consolar a su mujer. La conocía y era capaz de mandarlo a la mierda.
El padre de la esposa desveló todo aquello que pensaba del escritor: Compare, todavía eres inmaduro. No veo que tengas pantalones y que mi hija pueda sentirse segura contigo. Que te vea y diga caramba, aquí tengo quien me defienda. Te veo muy mamero todavía. No puedes decirle a tu mamá, mamá, carajo, por favor, deja en paz a mi mujer.
El padre seguía hablando cosas por el estilo. El escritor oía, pero jamás le hablaría así a su mamá. Él conocía a su madre. Ella solamente se preocupaba por él y cuando se dio la ocasión en que él le pidió amablemente que dejara de llamarlo tanto al celular, ella aceptó; con cierta pena, pero aceptó. Su madre no era una persona testaruda en ese aspecto. Todo era conversable y manejable. De ninguna manera le plantearía las cosas a su madre como sugería el padre de su esposa. Y así se lo hizo conocer a éste cuando acabó su perorata.
La mamá de la esposa del escritor vuelve a mencionar que ella oyó cómo la mamá del escritor trató con desprecio a su hija por el teléfono. El padre de la esposa del escritor le dice a éste: Llama a tu mamá y que diga su verdad. A ver, llámala y que nos niegue que no ha maltratado a mi hija. El escritor se niega a hacer eso. De ninguna manera le haría eso a su mamá. Aquello solamente serviría para azuzar el morbo en torno a ese desagradable incidente.
Entonces, a la esposa del escritor se le dio un ultimátum: O te quedas aquí con tu esposo o te vas para la casa (de su papá y su mamá, se entiende) y no me vuelves más por acá. Porque si vuelves, olvídate de nuestro apoyo. Voy afuera a fumarme un cigarro, dijo el papá de la esposa. Cuando regrese, quiero una respuesta. La mamá de la esposa salió detrás de él. En la sala, permaneció el escritor, sentado a la mesa ante un plato de comida frío, y su esposa, parada a un lado de la mesa, llorando, las manos revolviendo sin objetivo la ropa negra de la maleta azul.
El escritor coge su celular y llama a su mamá. Le dice que su esposa ha venido llorando a la casa porque la ha tratado con sarcasmo y le ha dicho cosas como que no quiere no le importará conocer a la bebe. La madre le dice que no le ha dicho tales cosas, que ella la llamó diciéndole que no quería saber nada con su hijo. Ella respondió: está bien, hijita.
Má, pero ella me dice que tú le respondiste con sarcasmo, como burlándote.
La esposa del escritor sale de su silencio e interviene en la conversación: Sí, sí, así me dijo.
La mamá del escritor oye la voz de la esposa de su hijo y se sorprende. Cree que su hijo le ha tendido una emboscada, que la ha confrontado. Dice: Cómo me haces esto, y cuelga.
El escritor intenta llamar nuevamente a su madre para explicarle que no fue su intención confrontarla con nadie. Si la llamó fue debido a un impulso de sana curiosidad. Sí, piensa el escritor, debí haberla llamado sin la presencia de nadie. Había olvidado que su esposa todavía estaba junto a él. Y es que, en reiteradas ocasiones, el escritor resulta demostrando su innata estupidez.
Su mamá ya no contesta. Ha apagado el celular. La esposa del escritor dice: Ya ves, ¿por qué no contesta? El que nada debe, nada teme. Ella sabe que me ha contestado como te lo he contado.
El número del celular de la madre del escritor es marcado nuevamente por él, pero no recibe contestación. Ahora hay otra persona que está detestando al escritor: su propia madre.
El papá de la esposa del escritor regresa. Atrás de él, está su esposa. Y bien, ¿qué has decidido?, le pregunta a su hija. Ella decide abandonar el hogar.
Transcurre el tiempo, la mamá le ha dicho a su hija que la esperará abajo. El papá se ha ido; ya no quiere saber más de ese problema.
La esposa del escritor está afligida. Llora, luego se calma, después su cerebro, involuntariamente, recuerda lo que ella siente que le ha ofendido y rompe en llanto. El escritor atina a decirle que no se vaya. No le implora. Se lo dice con voz amable. Está harto de todo y, por momentos, cree que es mejor acabar con todo y volver a ser soltero. Al siguiente instante, se retracta y cree que estará mejor al lado de su esposa y de su futura bebé.
¿Qué puedo hacer para que no te vayas, amor?, dice el escritor, solamente para demostrarle a su esposa que está interesado en evitar que ella se marche. En realidad, quiere que se marche. Ella le contesta: quiero que dejes de ver a tu mamá. Ya no quiero que vayas a verla los sábados. Quiero que escarmiente por el daño que me está haciendo. Si puedes hacer eso por mí, entonces me quedo.
El escritor le dice no. Si el problema es entre mi mamá y tú, entonces bien, no la veas tú. Pero ella es mi madre y yo la quiero mucho. Bajo ninguna condición puedes prohibirme que la vea. No voy a hacer eso.
La esposa del escritor le dice: ¿O sea que no puedes hacer ese sacrificio por mí? Tu mamá me ha hecho mucho daño.
El escritor permanece firme en su decisión: verá a su mamá las veces que quiera.
Su esposa coge su maleta y sale del departamento.
En Lima, acaba de transcurrir media hora desde la medianoche.
La puerta del departamento se ha cerrado. El solitario habitante de ese lugar no sabe si estar feliz o triste. Bota su comida fría a la basura. Tira el refresco de naranja al fregadero de platos. Que tiña de naranja las tuberías y no mi estómago, piensa.
Coge el libro 3 de Haruki Murakami: 1Q84. Se va a la cama. Tira el libro sobre la cama. Se desviste. Piensa: definitivamente tengo que escribir sobre esto. Siente que es una bendición todo aquello que le acaba de suceder. Si estas cosas no me pasaran, ¿sobre qué escribiría? Recuerda las palabras que William Faulkner dijo alguna vez en cierta entrevista: “Un artista es una criatura impulsada por demonios. No sabe por qué ellos lo escogen y generalmente está demasiado ocupado para preguntárselo. Es completamente amoral en el sentido de que será capaz de robar, tomar prestado, mendigar o despojar a cualquiera y a todo el mundo con tal de realizar la obra.”

jueves, 23 de febrero de 2012

Un matrimonio se acaba - Parte Dos

Aquel jueves, el escritor regresó al departamento que ha alquilado en jirón Camaná.

Al entrar, comprobó que, efectivamente y tal cual se lo había prometido en medio de caras agestadas y humores turbios, su esposa se había marchado. Lamentó que su consorte no tuviera la capacidad que sí tiene él de olvidar y perdonar rápidamente cualquier tipo de agravio o denuesto.

El escritor decidió no llamarla al celular. Prefirió dejar correr el tiempo y que este suavizara sus caldeados ánimos. No fue así.

Al poco rato, recibió una llamada a su celular. En la pantalla decía: “Llamando Amor”. Ella misma había colocado ese nombre (Amor) en el celular del escritor. Él contestó. Ahora mismo voy a llamar a tu mamá para decirle sus cuatro verdades. Ya me hartó que se esté entrometiendo en nuestro matrimonio, dice la esposa, furiosa. El escritor atina a explicarle, nuevamente, que él solamente va a sacarle el préstamo a su madre y no va a pagarlo porque lo va a hacer ella misma. Ah, o sea que como mi hija y yo no tenemos plata para devolverte el préstamo, no le vas a sacar lo de las células madre, dice ella. Claro, pues, porque yo no tengo tanta plata para estar pagando tantos préstamos, dice él, o ¿acaso ya te olvidaste que estoy pagando la prima del departamento y los electrodomésticos? Ella cuelga el teléfono, recordándole a su esposo que llamará a su mamá para decirle unas cuantas verdades.

Faltan algunos minutos para que den las ocho de la noche y para que el escritor tenga que abandonar el departamento para dirigirse al gimnasio. Sentado frente al televisor, decide llamar a su madre para advertirle sobre la desagradable llamada que su esposa podría efectuarle en los siguientes minutos. No te preocupes, mamá, tú contéstale, nomás, y no le hagas caso. De todos modos, yo te voy a sacar el préstamo. El escritor no quiere que su madre piense que por ese problema doméstico va a dejar de sacarle el préstamo.

Al dar las ocho, el escritor, que viste un short negro y un bividí, que de viejo se está cayendo a pedazos, parte rumbo al gimnasio ubicado cerca del cruce de las avenidas Tacna y Emancipación. En el camino, el escritor se comprueba todavía gordo y piensa que el gimnasio no le está siendo de mucha ayuda, que bien podría ahorrarse los 75 soles al mes que ese lujo le está costando. Y ahora que se avecina la compra de pañales, con mayor razón, todavía.

Cuando regresa al departamento, lo encuentra tal y como lo había dejado: su esposa aún no vuelve de la calle. Decide llamarla y preguntarle si va a regresar a la casa. Cuando ella contesta el celular, se oyen los ruidos del tráfico vehicular limeño: bocinazos y gritos de cobradores. Estoy yendo a alquilar un cuarto en San Martín (de Porras), dice ella. Ya iré por mis cosas. Ya no te soporto. Ya no quiero vivir contigo. El escritor escucha a su esposa mientras ve televisión.

Antes de irse, ella dejó arroz en la olla arrocera y guiso de atún en una cacerola (una de las comidas favoritas del escritor). En la refri, hay un poco de Zuko de naranja. El escritor, haciendo uso de las escasas facultades culinarias que posee, caliente un poco de arroz y unas cucharadas del guiso que ha dejado su esposa, todo entreverado, en una sartén.

Se siente bien cuando tiene su plato humeante y su vaso de refresco helado servidos en la mesa por él mismo.

De pronto, oye un ruido en la puerta: alguien, usando las llaves del departamento, quiere entrar. Es su mujer, quien luce ofuscada, llorosa y hecha un pichín. La acompaña su mamá y su papá. El escritor se encuentra en aprietos. Ciertamente, han venido a cuadrarlo.

Continuará…

sábado, 18 de febrero de 2012

Un matrimonio se acaba - Parte Uno

Now, night arrives with her purple legion, The Doors

El aspirante a escritor (al que, para ahorrar vocablos y para elevación de su autoestima, solo llamaremos el escritor) acaba de separarse de su esposa. Siendo más exactos, ella lo ha dejado a él, y no porque se haya sucedido alguna infidelidad o porque el uno se haya aburrido de la otra o la otra del otro. No. La esposa del escritor se ha ido de la casa porque odia a la mamá del escritor.
Rastrear los orígenes de esta historia involucraría recordar y remover datos que, por engorrosos y lejanos, conviene no citar, so pena de endilgarle al lector una acuciosa serie de bostezos.
Rastrearemos, sin embargo, el origen de la más reciente discusión, esta que ha dejado al escritor sin esposa y, probablemente, sin la fortuna de conocer a su hija; además, de unos cuantos resentimientos flotando en la atmósfera.
Debe dejarse constancia, antes de relatar el infortunio del escritor, de que la esposa del escritor y la mamá de este nunca se llevaron bien, pero hicieron sus más denodados esfuerzos para disimularlo. La primera siempre le dijo que nunca le caería bien, y la segunda siempre trató de mostrar una sonrisa amable ante la primera, pero cuando su presencia se desvanecía, le dejaba siempre un comentario parcializado a su hijo.
La historia empezó un miércoles 15 de febrero. El escritor llegaba de trabajar. Eran las 7 de la noche. Encontró a su esposa echada en el sofá del departamento –sofá que ella eligió con muy buen gusto, a pesar de que el escritor le decía que ahorrase y no gastara el dinero en muebles que probablemente nunca utilizarían, que había otras prioridades-. Todo bien hasta ahí. De pronto, suena el celular de ella. Es su hermana. Le dice que su mamá se siente mal, con toda seguridad, a causa del disgusto que acaba de provocarle la indeseable familia que vive en el segundo piso de la casa de ella. Le advierte que la está llamando sin el conocimiento de su mamá, quien le ha dicho que no la llamase pues con lo del embarazo ya tiene suficiente. La esposa del escritor cuelga y vocifera procacidades contra aquella indeseable familia que algún día matará a su madre de un disgusto. La esposa se lamenta de no tener dinero para poder darle a su madre un lugar mejor para vivir. Le dice al escritor que va a ir donde su mamá, que irá en taxi. Él le dice que no se apure, que vaya en combi y se ahorre unos centavos. Tú no eres médico, amor, le dice el escritor. Más bien, con los soles que te puedes ahorrar viajando en combi puedes comprarle unas pastillas a tu mamá si es que las llegara a necesitar. Ella le dice que es un insensible y que si se tratara de su madre, él saldría corriendo. Él le dice, con cinismo y con verdad, que no, que él sí tomaría una combi. Ella sale apresurada a ver a su mamá. Él se queda en casa, aguardando a que den las 8 de la noche para enrumbar hacia el gimnasio en el que lleva ejercitando su cuerpo por más de un mes.
Cuando el escritor regresa del gimnasio, se encuentra con su esposa en las afueras del edificio. Son las diez de la noche. El escritor está de mal humor. Habían quedado en que él la acompañaría a la farmacia de avenida La Colmena para que se le administrara la dosis que le subiría el nivel de hierro en la sangre. Desde antes de quedar embarazada, siempre padeció anemia.
La esposa está cariñosa; él, por algún motivo, está con la cara avinagrada. Luego de haber visitado a su madre y comprobar que sí, sufrió un disgusto que la debilitó, pero ahora estaba mejor y totalmente recompuesta, había regresado con un mejor ánimo que con el que se fue. La esposa camina con el escritor sujetada de su brazo. Tiene un mejor semblante. Le recuerda que le consiga un recibo de pago de agua o luz de la casa de la mamá del escritor, quien vive en La Perla, pues la necesita para solucionar el problema del título de propiedad de la casa de la mamá de ella. El escritor le dice que ya, que habló con su hermano y él se la traerá al día siguiente en el trabajo. Mencionaremos que el escritor y su hermano han estudiado lo mismo y trabajan en el mismo lugar, en la misma área de la empresa y bajo la dirección del mismo jefe. En realidad, el escritor no le ha dicho nada a su hermano. No cree que sea necesario conseguirle ese recibo a su esposa. Pero ante la insistencia de ella, piensa pedirle aquel recibo a su hermano en el trabajo.
Aquí es cuando el escritor, molesto por sabe Dios qué motivo, le dice a su esposa: “¿Pero tiene que ser un recibo de La Perla? ¿No puede ser de otro distrito?” La esposa se amosca y le reclama furibunda: “Claro, no te importa lo que le pase a mi madre. No te interesa nada de lo que le pase a mi familia”. Al escritor le importan muy pocas cosas en este mundo, pero prefiere mentirle a su esposa, pues ha visto que ha empezado a sufrir sus comunes y constantes ataques de histeria, y decirle que sí le importa. Ella no le cree y se resiente con él. Él le dice que no debe ponerse en ese plan. Mi familia también tiene problemas, pero yo no me descargo contigo, le dice. ¿Acaso sabes qué problemas tiene mi familia? La esposa se molesta aún más: “O sea que yo sí te cuento lo que le pasa a mi familia y tú a mí no”. Es en momentos como esos en los que el escritor añora su vida de soltero y recuerda lo que alguna vez escribió García Márquez en su novela corta Del Amor y Otros Demonios: “El amor es un era un sentimiento contra natura, que condena a dos desconocidos a una dependencia mezquina e insalubre, tanto más efímera cuanto más intensa”. El escritor piensa que no debió involucrarse jamás con nadie. Debió haber disfrutado de las chicas y no amarrarse con una en particular, fuera quien fuera, porque ellas siempre terminan jodiendo.

Él le suelta el problema que últimamente ha surgido en el seno de su familia. Necesitan tres mil soles para tramitar unos papeles burocráticos para conservar el departamento en donde viven en La Perla. Es urgente conseguir el dinero. La mamá del escritor sabe que su hijo tiene acceso a préstamos rápidos en algunos bancos. Su otro hijo, el hermano menor del escritor, todavía tendría que pasar por algunos días de evaluación para que se le conceda un préstamo. Su mamá le ha dicho que saque el préstamo y que ella y su hermano menor lo pagarán al cabo de un año. Comprende que su hijo tiene otras obligaciones más urgentes como la llegada de su nieta y no podrá ayudar a pagar la deuda.

El escritor ya tiene varias deudas. Está pagando la refrigeradora, la lavadora y la cocina que tiene en el departamento del Centro de Lima. Además, está pagando el préstamo que obtuvo del Banco de Crédito para pagar la prima del alquiler del departamento.

La esposa se pone furiosa. ¿O sea que a tu mamá si le vas a sacar el préstamo y para mi hija, para que conserven sus células madre no vas a sacar nada?
Según dicen algunos médicos, la placenta es una materia rica en células madre. Algunas clínicas ofrecen el servicio de conservar esa placenta para que pueda ser utilizado en el futuro, en caso de algún infortunio que pueda sufrir la recién nacida en cualquier etapa de su vida. Esta información llegó a ser de conocimiento de la esposa del escritor y decidió repetirle y repetirle, día tras día, a su esposo, esto de conservar la placenta. Tal servicio, que el escritor considera una estrategia médica para sacarle dinero a la gente, cuesta alrededor de tres mil soles. Sin embargo, el asunto no termina allí sino que se debe abonar una cantidad anual o mensual, el escritor no lo recuerda con precisión, para que la clínica conserve la placenta. Al carajo con eso.

Luego de un tiempo la esposa del escritor dejó de insistir. Pero seguía insistiendo con el tema de mudarse a un departamento más grande cuanto antes. El escritor le dijo: “Te prometo que para el próximo año nos mudamos. Pero primero déjame pagar lo que le debo al banco. Apenas termine con eso, saco otro préstamo para comprar un departamento grande”.

Cómo jode la esposa del escritor.

El escritor trata de hacer entrar en razón a su enconada esposa: “¿No entiendes, carajo? Yo voy a sacar el préstamo, pero mi mamá lo va a pagar. Yo no”.

“Vete a la mierda”, le dice su esposa.

Esa noche no se hablaron más. Al día siguiente, el escritor se levantó contento y así, animoso, se duchó y dijo cosas bonitas e irreproducibles –irreproducibles por cursis- a su esposa, quien todavía dormía profundamente.

Antes del mediodía, el escritor llama a su esposa y le pregunta si puede ir a la casa a almorzar. Ella, con un tono más bien seco y desprovisto de cualquier tipo de cariño, le dice que sí, que puede ir a almorzar.

A pesar de que fue una espléndida comida la que preparó su esposa para el almuerzo, este no tardó en avinagrarse por la todavía animosidad que sentía ella hacia la determinación de su esposo de sacarle el préstamo a su madre. “Entonces yo voy a hacer lo que me dé la gana ¿okay?”, decía ella. “No me digas nada si hoy no vengo a la casa. Ni me llames. Si tú vas a hacer lo que te da la gana prestando ese dinero, entonces yo voy a hacer lo que quiera”. El escritor se enfurece y le dice que haga lo que quiera. Él se va de la casa, rumbo al trabajo, molesto.

Las cosas se pondrían muy feas en las horas siguientes.

sábado, 4 de febrero de 2012

Intolerancia

No he leído nada de IvánThays. Sin embargo, he leído algunas cosas acerca de él.
No he leído nada de IvánThays pues las críticas que he leído sobre su obra, que no son nada invitadoras para que el lector se sumerja en su literatura, han construido una barrera de desánimo que me ha impedido extraer unos cuantos soles de mi bolsillo para adquirir sus libros.
Pesó más sobre mi afán lector la crítica velada, divertida y despiadada que Jaime Bayly hizo sobre IvánThays en su libro “El escritor sale a matar” para que descartara por completo atreverme a hojear siquiera alguna página de algunos de sus libros publicados. Sinceramente, siento que me aburriría mortalmente leyendo algo de él.
Soy un lector ávido de aquella literatura que te atrapa desde la primera hoja, ya sea para divertirte, enredarte en una serie de casos misteriosos, o involucrarte en el desarrollo de una historia épica, urbana o bucólica interesante.
A pesar de todo ello, concuerdo con el escritor IvánThays en la mención que hace sobre el patrioterismo exacerbado y trasnochado que muchos peruanos han demostrado poseer al verter críticas injuriantes en el blog del escritor, simplemente porque éste ha declarado no ser un amante de la comida peruana.
Thays ha escrito recientemente: “Si hay algo más indigesto que la comida peruana es el patriotismo de parroquia. Esta bulla mediática demuestra que el llamado “boom” gastronómico peruano no es ese elemento unificador de halo místico, generoso, sentimental y mestizo que se nos ha querido vender sino, al contrario, un elemento marginador, que exacerba el peor nacionalismo y las reacciones intolerantes, machistas, homofóbicas y chauvinistas”.
No estoy de acuerdo con aquello de que la comida peruana sea indigesta. En todo caso, que una persona encuentre cierto tipo de comida agradable y otra la encuentre horrenda es un tema de carácter más bien subjetivo y, como tal, debe expresarse haciendo hincapié en que tales afirmaciones son de índole privada, que pertenecen a nuestra variada gama de preferencias y malquerencias particulares.
En cuanto a lo que refiere Thays con respecto a nuestro patriotismo de parroquia, estoy totalmente de acuerdo. ¿No somos capaces, los peruanos, de aceptar que no a todo el mundo le puede gustar nuestra comida porque si no, a la primera opinión discrepante, saltan al cuello del crítico para aniquilarlo a dentelladas?
En una nación donde existan el nacionalismo y estas muestras de repudio hacia alguien que puede pensar distinto del resto, simplemente está condenada a vivir en la violencia y el atraso.
Hace poco, un compañero de trabajo nos pasó este artículo que, a continuación, transcribo. Creo sinceramente que el Perú debe imitar este modelo japonés.

SISTEMA EDUCATIVO EN JAPON
Paraponerse a pensar; ¿vale la penacontinuar con el nacionalismo a
ultranzay obsoletos modelos educativos... o uno debe ser un ciudadano
del mundo sin sectarismos donde la globalizacion sea inclusiva?
Se estaprobando en Japon, unrevolucionario plan pilotollamadoCambioValiente (Futoji no henka)

Basado en los programaseducativos Erasmus, Grundtvig, Monnet, Ashoka y Comenius.
Esuncambio conceptual querompeparadigmas.
Es tan revolucionarioque forma a los niñoscomoCiudadanosdelmundo no comojaponeses.

•En esasescuelas no se rindeculto a la bandera, no se canta el himno, no se vanagloria
a heroes inventadospor la historia.
•Los alumnosya no creenquesupaises superior aotrospor el solohecho de habernacidoalli¬.
•Ya no iran a la guerrapara defender los intereseseconomicos de los grupos de poder,
disfrazados de patriotismo.
•Entenderan y aceptarandiferentesculturas.
•Y sushorizontesseranglobales, no nacionales.
Imaginesequeesecambio se estadando en uno de los pai¬ses mas tradicionalistas, nacionalistas
ymachistasdelmundo!

El programa de 12 años, estabasado en los conceptos:

•Cero patriotismo.
•Cero materias de relleno.
•Cero tareas.
•Y Solo tiene 5 materias, que son:

1. Aritmetica de Negocios.Las operacionesbasicas y uso de calculadoras de negocio.
2. Lectura con profundacomprension de la misma. Empiezanleyendounahojadiariadel
libroquecadaniñoescoja, y terminanleyendo un libroporsemana.
3. Civismo. Peroentendiendo el civismocomo el respeto total a lasleyes, el valor civil, la etica,
elrespeto a lasnormas de convivencia, la tolerancia, el altruismo, y el respeto a la ecologi¬a.
4. Computacion. Office, internet, redessociales y negocios on-line.
5. 4 Idiomas, Alfabetos, Culturas y Religiones: japonesa, americana, china y arabe, con visitas
deintercambio a familias de cadapaìsdurante el verano.

¿Cual sera la resultante de esteprograma?

Jovenesque a los 18 añoshablan 4 idiomas, conocen 4 culturas, 4 alfabetos y 4 religiones.

•Son expertos en uso de suscomputadoras.
•Leen 52 libroscadaaño.
•Respetan la ley, la ecologi¬a y la convivencia.
•Manejan la aritmetica de negocios al dedillo.

¿Contra ellos van a competirnuestroshijos?,

•Jovenesquemediohablanespañol u otroidioma natal solo a medias (purajergawey)
•Tienenpesimaortografia (i komokeestawenoestowey)
•Peroquesi se saben los nombres de los artistas de farandula o la formula de lasdrogas.
•Apenaspuedenmemorizarseunoscuantosverbos en ingles u otroidiomaquepretendenaprender.
•Son expertos en copiar los examenes de historia, filosofi¬a, matematicas, biologi¬a, fi¬sica
ymuchasotrasasignaturasque solo quedan en TEORIA PURA que RARA VEZ LE SERANUTILES EN
SU VIDA PERSONAL O PROFESIONAL.

Cositas para bebés

Me emociona poco, o nada, ver ropitas para bebés, accesorios para bebés, y toda aquella parafernalia creada para el confort de aquellas diminutas criaturas y para la algarabía y descontrol de las mamás.
No es que me emocioné poco la llegada de Morgana a mi vida. Al contrario, presiento que el cambio que experimentaré al verla ante mí será remecedor para mi pobre mundo chato de expectativas. Ver y tocar algo que, obviamente con la ayuda de mi esposa, pude crear, me causará innumerables alegrías. Siento que no me cansaría de quitarle los ojos de encima a mi hija, que no me agotaré de cargarla una y otra vez hasta arrancarle una sonrisa.
Hace tres días, esta poca emoción o interés hacia lo que vestirá y usará Morganita provocó una pelea en el hogar. Mi esposa me había texteado a eso de las tres de la tarde: “Amor, te espero para ver la ropita de la bebe”. Horas antes, había salido de compras con su mamá, mi suegra. Le mentí enseguida: “Ya, mi amor. Estoy ansioso por ver la ropita contigo.” Mentí porque en realidad no estaba ansioso por ver la ropita. Mentí porque no quería crear conflictos innecesarios con mi esposa. Muchas peleas hemos tenido por este tipo de cosas.
Ese día, llegué del trabajo a la hora acostumbrada: siete de la noche. Allí estaba ella, abriéndome la puerta de nuestro minúsculo departamento del Centro de Lima, con su vestido verde limón, descalza, una sonrisa tranquila iluminando su rostro, dispuesta a enseñarme las “cositas de la bebe”.
-¿Cómo te fue en el trabajo, amor?-me preguntó, no creo que interesada en saber si realmente me fue bien o mal en el trabajo, sino más bien para preparar mi humor para que me dejase guiar a través de las compras que había realizado ese día.
Le dije que bien. Siempre digo “bien”. Así me haya ido mal, mi respuesta siempre será “bien”.
Me tomó de la mano y me llevó a nuestro cuarto en donde, al lado de nuestra cama, ella ha colocado la cuna de la bebe. La cuna es de madera y la fabricaron de tal modo que lleva una especie de cómoda adosada en la parte posterior. Sobre nuestra cama, estaban las bolsas de las compras que había hecho.
-Amor, estas son las cositas para la bebe. Mira-me dijo mi esposa, sentándose sobre la cama, tratando de no arrugar un ápice nuestra raída sábana-. Amor, compré casi todo lo que hace falta para completar mi maleta y la de la bebe, pero no alcanzó y…
Entonces, medio que estallé: -Yo te he dado la cantidad que me has pedido ni bien cobré. Tú misma sacaste la cuenta de lo que tenía que darte. No quiero pensar que has agarrado plata de la comida o de otras cosas para comprar las cosas de la bebe. ¿O sea que nos vamos a quedar sin plata para comprar comida?
-Eres un miserable, Daniel. Estas cosas, todo lo que ves aquí, es para tu hija-dijo, señalando con un gesto vehemente las cosas que había comprado que aún estaban guardadas en sus bolsas. Entonces, sacó un paquete de una de las bolsas. Parecía ser una especie de manta-. Todo esto que he comprado es de calidad. Esto-dijo sosteniendo la manta-es de algodón pima. Tú quieres que le compre a mi hija cosas de menor calidad con tal de ahorrar, ¿no?
-Es que no nos sobra la plata, amor-dije, en tono más conciliador. Pero era demasiado tarde, ya mi esposa se había enojado y no estaba dispuesta a perdonar mi tacañería-. Perdóname, por favor. No te enojes.
Ella había empezado a poner todas las cosas que había desplegado sobre la cama para mostrármelas en una gran bolsa negra.
-Tú siempre me quitas las ganas de hacer las cosas, de ser cariñosa. Solo piensas en ti. De no ser por mí, todo esto-dijo, señalando la cuna y otros accesorios que, meses atrás, le había comprado a Morganita-no lo tendríamos. Si te hubiera hecho caso cuando decías “después vamos a comprar, cuando haya más plata” no tendríamos la cuna, no tendríamos hasta ahora un lugar para la bebe.
Después de que hubo guardado todo, y escuchando mis súplicas de perdón, me dijo:-Ahora vete a tu gimnasio. Hoy no te voy a perdonar nada así me ruegues. Vete.
Como ya estoy curtido en esta clase de problemas maritales, decidí coger mi mochila y salir de la casa. Claro, antes me había puesto encima el short y el bividí que uso para sudar en el gimnasio.
Tengo que decir que mi esposa tiene razón. Yo me busqué esto de tener una bebe con ella. Nadie me obligó. Ahora, debo responder por ella –mi bebe- adecuadamente y proveerle de lo mejor. No es que en realidad sea mezquino, sino que procuro que mi magro sueldo rinda un mes completo. Sin embargo, puesto que pienso que mi salario es una “ayuda” que la empresa en la que trabajo me da por “aprender” y que no debo quejarme sino, más bien, agradecerle a ella por la valiosa oportunidad que me brinda de adquirir conocimientos sobre esto que me gusta hacer; debo buscar la manera de diversificarme laboralmente, ofreciendo productos y/o servicios que también disfrute hacer. El inconveniente es el poco tiempo que me deja mi actual empleo. Pero esto último no es más que una excusa. Cuando hay voluntad, todo se puede lograr.
Una canción dice: Lifeitwhathappenswhileyou are busymakingyour excuses.
Así es que no más excusas. Trataré de buscar la manera de hacerles la vida más grata a mi esposa y a mi bebe.
Cuando faltaba un cuarto de hora para finalizar mi sesión de dos horas en el gimnasio, mi esposa me escribe un mensaje de texto: “Por favor, tráeme una botella de agua San Luis grande”.
Supuse que ya se le había pasado en algo la amargura. Entonces le escribí, sudoroso: “Ya, mimimi.”
Media hora después, las cosas se habían solucionado, ella se había calmado y había aceptado mis sinceras disculpas.