martes, 18 de mayo de 2010

El celibato en la Iglesia Católica (cuando quise ser cura)

Uno de los oligofrénicos latinoamericanos más conspicuos se llama Evo Morales. El solo hecho de admirar al "abuelito sabio" Fidel Castro y emitir ditirambos al dictador venezolano Hugo Chávez es ya un signo flagrante de estupidez y retraso mental.

Sin embargo, rescato las últimas declaraciones que hizo el señor "Huevo" Morales con respecto a la Iglesia: "La Iglesia no tiene que negar una parte fundamental de nuestra naturaleza como seres humanos, y debe abolir el celibato".

Si la Iglesia Católica ha decidido imponer el celibato entre sus pastores, es cuestión de ella y de ellos. Yo no voy a decir que la Iglesia "debe" abolir el celibato. Voy, más bien, a sugerirle que sería genial que los curas puedan, si lo desean, tener relaciones sexuales con mujeres -o con hombres, si así son sus gustos- y llevar una vida normal.

Las relaciones sexuales son parte de la vida y del desarrollo de cada ser humano. Son un factor que nos humaniza más. Es respetable también la decisión de aquellos que voluntariamente deciden no tener comercio sexual con ningún tipo de ser viviente. El tema, en todo caso, podría quedar en la decisión de cada ser humano que opte por formar parte de la Iglesia Católica.

Sería estupendo que a un candidato a sacerdote se le pregunte al momento de ordenarse: "Señor, haga con su cuerpo lo que usted desee mientras haga el bien al prójimo".

"Hacerle el bien al prójimo" es un precepto que recuerdo haber leído en la Biblia. No he leído, sin embargo, en ningún lugar de ese voluminoso libro, que Dios les haya impuesto a sus pastores en la Tierra el celibato.

Cuando tenía nueve o diez años, yo me disfrazaba de cura poniéndome el mantel de la mesa del comedor y oficiaba misas en la sala de mi casa. Reunía a mis familiares y les brindaba el pan fránces -que no habíamos comido en el desayuno y que estaba medio duro- "convertido" en el cuerpo de Cristo. Luego les pasaba una copa con agua haciendo la cuenta de que se trataba de vino tinto y de la sangre del Señor.

Mis ímpetus religiosos se acrecentaban más cuando vivíamos la Semana Santa. Me enganchaba tanto con las películas de la vida de Jesús que yo mismo me alucinaba un Jesús recidivo.

Pero me puse a pensar que mis deliquios sacros no eran compatibles con los feroces impulsos que sentía en la zona de la entrepierna. Desde los cinco años, mi zona genital le enviaba a mi cerebro rijosas pulsiones que provocaron que me enamorase de una amiguita cuando aún estaba en el nido. A partir de los ocho o nueve años ya descubría los inmesos placeres que me producía el manipular mi diminuto falo en la oscuridad de mi habitación. A los once o trece años ya había experimentado el cambio que se había producido allí abajo cuando al finalizar una sesión de mis furtivos tocamientos se eyectó de mi pene una sustancia medio transparente.

Todos esos descubrimientos me indicaron que, indefectiblemente, mi futuro no andaba por el sacerdocio. Yo, un lujurioso impenitente, no iba a aceptar ni a balas vivir una vida de celibato. Es mucho más rico hablar con Dios a mi manera y a la hora que deseo -me he abierto una cuenta en el messenger y twitter con Diosito-, y estar con una chica haciendo "cositas ricas".

La abolición del celibato de repente me hubiera hecho cura. En fin, ese tema queda en manos del Vaticano. Me queda por decir que aquella manumisión haría de la Iglesia Católica una iglesia más humana y más de este siglo.

Hasta pronto.

1 comentario:

  1. La iglesia no impone el celibato. El sacerdote ingresa a la organización voluntariamente y con conocimiento. Es muy importante saber eso para alejarse de opiniones infundadas como la de Huevo.
    Otra cosa es que, mucha gente de afuera, entre ellos yo, no estemos de acuerdo con el celibato sacerdotal.

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