sábado, 24 de abril de 2010

Casi me linchan en la Primaria

La matanza a golpes de un niño de siete años por parte de dos de sus compañeros de clase es un hecho lamentable y sorprendente. Este fatídico hecho ocurrió en las afueras de un humilde colegio en Huánuco el viernes 16.

Las noticias cuentan que los niños que cometieron el hórrido crimen eran hermanos de ocho y diez años de edad respectivamente. Estos hermanos acosaban a la víctima, de nombre Joel Bravo, a toda hora, especialmente durante los recreos. Según se especula, los maltratos y acechanzas se debían a que el menor Joel era una alumno aplicado y estudioso. Esto causaba la irritación y, me imagino, envidia de los dos hermanos.

Este penoso suceso trajo a mi memoria mi época escolar en el colegio José Martí en Los Olivos. Yo cursaba el segundo grado de primaria. Era el año 1990. Ahora puede parecer inverosímil si el lector de esta columna llegara a conocerme, pero lo cierto es que durante toda mi primaria fui el primer puesto en ese colegio. No me enorgullece ese hecho, simplemente así sucedió. Tengo buenos motivos para explicar los seis primeros puestos que ocupé desde el primer grado hasta el sexto. Un motivo: mi salón estaba compuesto por veinte alumnos. Éramos pocos. Dos: Quizá la exigencia no era muy rigurosa si se la compara con la exigida en otros planteles. Tres: mis compañeros preferían disfrutar de su niñez en vez de hacer las tediosas y aburridas tareas.

Recuerdo que en ese año de 1990, unos compañeros me emboscaron a la salida del colegio. Esto ocurrió en el segundo mes de clases, creo. Para esto, desde el año anterior, sin querer, me había granjeado el respeto de mis maestros y de la directora del colegio. Era un niño que hacía todas sus tareas y solamente sabía obtener veintes en las pruebas.

Un buen día, la campana de la salida nos indicó que era la hora de retirarnos a nuestras casas. Luego de efectuar la formación de salida, me dirigí a la puerta del plantel a esperar a mi madre a que viniese a recogerme. Sin embargo, como ya el camino me era familiar y, como mi madre no aparecía, decidí dar unos cuantos pasos. En ese instante, alrededor de seis o siete compañeros de la clase me acorralan. Formaban un círculo perfecto cuyo centro era yo. Mientras el círculo se hacía más pequeño en torno a mí, algunos de los que conformaban el círculo me decían que me iban a pegar porque era muy creído. La verdad, yo no recuerdo haber sido creído en esa época. Quizá me odiaban un poquito por ser el "preferido" de los maestros. Gran daño que hacen los maestros al demostrar preferencias por el alumno que se saca las mejores calificaciones. Esos halagos excesivos terminan haciéndole daño al receptor de esos elogios, malquistándole con el resto de sus compañeros, quienes seguramente se sienten menos, volcando todo su pueril odio contra ese "chanconcito" de la clase.

Al ver las furibundas caras de esos amigos, comencé a llorar y a correr. Me abrí paso entre ellos y corrí rapidamente hacia mi casa. Las lágrimas, que estoy seguro se debieron a la humillación que sufrí, no tanto a la inminencia de ser golpeado, daban contra el duro asfalto de las pistas que recorría.

Quien sabe, yo pude haber sido el primer niño en ser linchado por sus compañeritos de clase.

Hasta pronto

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